Los mártires de Otranto fueron los primeros que canonizó el papa Francisco. Son 813 hombres cristianos, de los cuáles sólo conocemos el nombre de uno de ellos: Antonio Primaldo.
Su ciudad se vio asediada y conquistada por los turcos en el año 1480, y tras negarse a abandonar la fe cristiana sufrieron la muerte a mano de las fuerzas del Bajá Gedik Ahmed.
Las crónicas de la época recogen las palabras que el valiente Antonio dirigió a sus compañeros antes del martirio:
“Queridos hermanos, hasta hoy hemos peleado por conservar el individuo de la vida y defender el rey y nuestra patria; ahora pues conviene combatir con mayor firmeza por la salvación de nuestras almas y por el honor de Cristo, Nuestro Dios, que por redemirnos y librarnos quiso morir en cruz y pasar tantos tormentos, persecuciones y agravios, y así por mostrárnosle agradecidos a tan grande bien cuanto nos ha hecho, y que como verdaderos hijos suyos adoptivos hacemos lo que estamos obligados, mostrando en la fe constancia, que es el escudo con que habemos de resistir a todos los golpes y contrastes, es justo morir por él, porque ansí con esta muerte temporal adquiriremos la bienaventuranza y la noble palma del martirio, debida honra y premio al que sigue la fe y imita la virtud y grandeza de la pasión de su amoroso Dios y Señor.”
(Francisco de Araujo, Historia de los mártires de la ciudad de Otranto, Editorial Academia del Hispanismo, Vigo 2015, p. 165).
Sus restos permanecieron sin sepultar hasta que la ciduad fue reconquistada y al final fueron depositados en el año 1500 en una capilla de la Catedral de Otranto, que podéis ver en la fotografía.
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